Huelga decir que en este momento sobran todos los análisis futbolísticos que se puedan realizar sobre el partido de esta noche en Riazor. Hablar de que Thomas y Correa volvieron a desaprovechar una oportunidad más, de que volvimos a regalar un gol absurdo cuando mejor se estaba jugando o del extraordinario gol de Griezmann carece de sentido.
Todo se reduce a lo que ocurrió en el minuto 85 y a los momentos angustiosos posteriores en los que muchos nos tememos lo peor. Va a costar mucho borrar de la retina la imagen de Torres cayendo inconsciente como un fardo tras un choque con Bergantiños, en un salto totalmente a destiempo de este último, que fue al bulto como un tren de mercancías sin frenos. Quiero pensar que fue sin intención, pero entrar de esa manera con el antebrazo por delante cuando el rival está de espaldas pudo tener consecuencias fatales. A esta hora las informaciones que se reciben sobre el estado de salud de Fernando son muy tranquilizadoras y, al parecer, se descartan lesiones graves, más allá de un traumatismo cráneo encefálico. También será muy difícil borrar de la retina la imagen de Giménez en la más absoluta desesperación. Honor para él, para Vrsaljko y para el capitán Gabi, al practicar los primeros auxilios de manera tan inmediata y eficaz. Han practicado con su ejemplo la manera luchar como hermanos, defendiendo sus colores.
Honor también a la afición de Riazor que rompió en ovación cuando Torres abandonó el césped en camilla y afeó la actitud de 50 indeseables a los que no voy a dar más pábulo. Momentos así ponen a cada uno en su sitio.
En definitiva, una noche para olvidar. De las que dejan mal cuerpo de verdad, si no fuera por las buenas noticias en torno a las consecuencias del golpe. Lo único que le sale a quien escribe estas palabras es desearle mucho ánimo a Fernando. Mucha fuerza, campeón.