Cuando los rapsodas del pensamiento único empiezan a lanzar a los cuatro vientos las consabidas consignas contra el juego que despliega el Atleti estamos ante un claro síntoma de que el equipo va por el mal camino. Es cierto que el primer tiempo no se ha encontrado una manera de contrarrestar las acometidas de un muy meritorio Eibar, principalmente por la banda de Vrsaljko, al que el japonés Inui superó una y otra vez. También es cierto que en ningún momento hubo fluidez en la circulación y en la salida de balón durante esa primera parte, y es igual de cierto que tampoco se pisó área, salvo en un disparo cruzado de Griezmann que se marchó desviado.
No obstante, nada más comenzar el segundo tiempo, se vio una nueva cara en el equipo de Simeone con la incorporación de Juanfran por Vrsaljko y un claro paso adelante que frenó el ímpetu del Eibar. Y a los 8 minutos de la reanudación llegó el cabezazo de Saúl a la salida de un córner. Ahí empezó otro partido que ya hemos visto en multitud de ocasiones, con un Atleti bien situado en el campo, desactivando los mecanismos de ataque del Eibar que tantos quebraderos de cabeza causaron en la primera parte. Ni Pedro León ni Sergi Enrich ni Inui encontraron la manera de romper el 4-1-4-1 planteado por los de Simeone tras el gol.
El experimento de Giménez en el medio centro fue claramente de menos a más. Durante el primer tiempo se le vio descolocado y perdido, aunque con el transcurrir de los minutos se fue afianzando y contribuyó de manera activa en la destrucción del juego rival, con un total de once recuperaciones. Otro de los síntomas que invitan al optimismo es la buena actuación tanto de Griezmann como de Saúl. El primero moviéndose con mucho criterio por todo el frente de ataque y rompiendo su sequía en Liga después de tres meses. El segundo con brega y empuje, tanto en ataque como defensivamente.
En resumen, volvemos a lo que mejor sabemos hacer. Algo que ya vimos el martes contra Las Palmas: jugar cada partido como si fuera el último, mantener la portería a cero y aprovechar los fallos del rival. En pocas palabras, ser un equipo molesto, desquiciante a veces, dentro y fuera del campo. Ese es el camino. El buen camino. Aunque a para algunos ello signifique estar ante el mismísimo Anticristo.