Corría el minuto 115 de la prórroga cuando Morata cogió el balón en el centro del campo con todo el Real Madrid corriendo detrás de él y ningún obstáculo hacia la portería de Courtois. Era el momento del todo o nada. Como lo era para Carrasco en aquel 2 contra 1 en la prórroga de Milán o como lo fue para Juninho en aquel partido de Liga en Vigo, una temporada antes de que el que segara su carrera deportiva fichara por el equipo del señorío por bandera. En todas estas ocasiones el citado equipo del señorío o alguien que 2 minutos más tarde ficharía por él se decidió por cortar por lo sano de forma alevosa, peligrosa, antideportiva y violenta. Sí, violenta. Lo hizo Ramos, lo hizo Salgado y lo hizo anoche Fede Valverde, el MVP de la final. Una palabra, violencia, que no leerán ni escucharán en ninguno de los medios oficialistas, pero que sí han escuchado otras veces para definir a Simeone en particular, como jugador y entrenador, y al Atlético de Madrid en general. El equipo de los violentos… Ese que anoche culminó una lección magistral de cómo competir con los 2 equipos más poderosos del planeta en todos los sentidos y al que solamente tumbaron tras una patada criminal y una tanda de penaltis. Ese equipo que comenzaba este invento de la Supercopa con más dudas y más cuestionado que nunca y que sale de ella autorreafirmado y con varias toneladas más de fe en sí mismo, en sus posibilidades de aquí en adelante y en esas virtudes que aún no habían aflorado, debido a la inmediatez de la competición y a la exigencia impuesta por 8 años de excelencia.
Más allá de los problemas de algún jugador en particular (João Félix), esta última semana ha servido para comprobar que los nuevos ya saben lo que significa jugar en este equipo y lo que tienen que hacer para destacar individualmente en favor del equipo. El ejemplo más evidente lo tenemos en Llorente, que cuando ha salido parecía un jugador completamente distinto a lo visto hasta ahora, asumiendo responsabilidades en los momentos más críticos de la semifinal y la final como el que más. Sin hablar de Felipe, que ya había demostrado antes todo su potencial y que en ambos partidos se ha superado a sí mismo. De los veteranos, Morata ha estado superlativo y Correa sigue en la misma línea de hace un mes. Su aparición en ataque suele ser fundamental para su equipo y ha contribuido a paliar los problemas ofensivos existentes. Lástima que a ambos les falte un killer al lado que remate todo gran trabajo que realizan.
Y para esto tiene que haber servido la Supercopa. Se tuvo muy cerca y se podía haber ganado durante los 120 minutos de partido que siempre duran las finales contra el vecino. A todos nos hubiera gustado ganar. Eso es indiscutible. Sin embargo, más allá de eso, estos días han servido para ver el futuro de esta segunda mitad de temporada de manera mucho más optimista. Y es que no hay nada como ver por uno mismo el nivel al que puede estar, lo que puede llegar a ser y lo alto que se puede volar cuando no se tiene miedo a nada.
Me quedo con eso y no con la fanfarria de una patada legítima que todos habríamos firmado, como dijo Simeone en rueda de prensa. Una patada que según quién la haga se interpretará de una manera o de otra. Una patada violenta para unos e histórica para otros. Esos que enarbolan el buen gusto futbolístico por encima de todo, que abominan de lo que no les divierte y que tienen la caradura de llamar violentos a los que no juegan con una camiseta determinada. Allá ellos y allá los que traguen con esto. Yo ya solo pienso en el Eibar y en lo que está por venir.