Mi padre es un señor trabajador de cincuenta años, arisco, antisocial a veces. Es un señor desapegado, difícil de emocionar. Cuesta mucho sacarle gestos de cariño o palabras bonitas. Por eso siento la necesidad de escribirle esta carta, Don Luis. Aunque llegue dos años tarde.
El 1 de febrero de 2014 era sábado. Yo, convertido casi en una tradición, luchaba por la mañana en mi cama para que todo dejara de dar vueltas y dirigir todos mis pensamientos al propósito de dejar de salir los viernes. Aun era temprano, mi madre todavía dormía, pero mi padre se había levantado a tender la ropa. Reticente del uso de redes sociales y, rasgo que me ha hecho compartir, odiador profesional de gran parte de la prensa deportiva española, no sabía todavía nada sobre su muerte Luis.
A duras penas pude incorporarme, con mi habitación dando alguna que otra vuelta, cogí el móvil y empecé a ver las noticias de la noche anterior y las que pudieran haber salido esta mañana. Y ahí estaban, cientos, más cientos de tuits, de noticias, artículos, pequeños vídeos informativos que explicaban que usted se había ido para siempre, el Sabio de Hortaleza, aunque sé que prefería el apodo de ‘Zapatones’.
Me levanté deprisa y fuí al cuarto de mi padre, de malas maneras le di la noticia. La cronología natural de una vida no está diseñada para que un hijo tenga que darle a su padre una noticia así. Quizá pude haberlo hecho de mil formas mejores. Pero simplemente se lo dije. «Pá, ¿has visto que se ha muerto Luis Aragonés?», «¡No me jodas!». Y fue aquí cuando me di cuenta, realmente, de quién era usted.
Si le hablo con sinceridad, Don Luis, esta es una carta de amor a un desconocido. Mi primera noticia de usted llegó cuando yo tenía ocho años. Un poco menos. De aquel Mundial de 2006 solo recuerdo el gol de Juanito a Arabia Saudí y el golazo de nuestro ‘Niño’ a Ucrania después de una gran jugada de Carles Puyol. No me pregunte, no tengo la menor idea de porque recuerdo nada más que aquellos dos goles. Oía a mi padre hablar de usted, de lo grande que había sido para nuestro Atleti. Pero si hay una faceta que los niños no controlan, y no creo que deban hacerlo, es la comprensión histórica. Sé también que mi padre lo pasaba mal por usted, ni se imagina la de veces que le vi insultar a la televisión del salón cada vez que se le faltaba al respeto.
También sé que usted fue valiente, aunque no lo recuerde muy bien. El hombre al que querían quitarse de en medio, que se había «cargado» a las vacas sagradas de nuestro fútbol, el «loco» que decidió que no hacían falta los extremos rapidísimos y los delanteros ‘tanque’. Dio una clase magistral al mundo sobre como se jugaba al fútbol con esos ‘locos bajitos’. Nos regaló, posiblemente, unas de las mejores partes de la historia del fútbol. Aquella segunda parte ante Rusia en la semifinal de 2008. Aún la tengo guardada, y le doy un tiento de vez en cuando por el mero hecho de volver a disfrutar.
Para mi, hasta aquel sábado 1 de febrero, ese había sido usted en mi vida. Pero aquel hombre que le describí al principio, fue incapaz de contener las lágrimas cuando le di la noticia. Un escudo entero, su escudo, el del Atlético de Madrid, fue incapaz de contener las lágrimas. Un mundo entero, su mundo, el del fútbol, fue incapaz de contener las lágrimas. Fue entonces cuando aquel chaval de 16 años se paró a pensar. En quién era usted realmente. Y es que, cuando dejamos de ser niños, necesitamos desbloquear esa compresión histórica para aprender un poco más de donde venimos.
Creo sinceramente Don Luis, que desde aquel día soy incluso un poco más del Atleti si es que cabía. Porque usted era la definición perfecta de nuestra forma de comprender la vida. Aquel gol en la final del 74, «Y usted no pise ese escudo», «Y ganar y ganar y ganar y ganar y volver a ganar». Porque usted amaba el fútbol, era un luchador. O ganaba, o moría ganando. Porque usted era el ídolo de mi padre. Por eso, dos años después. Con todo lo que he aprendido de usted. Sólo me quedan decirle dos cosas… Gracias de parte del Atlético de Madrid. Gracias, de parte de mi padre.